Decían Mazoyer y Roudart (2016: 774-775) que era fácil comprender cómo las grandes explotaciones capitalistas, con trabajadores asalariados, habían podido disponer del capital necesario para adquirir costosos medios de producción. Sin embargo, era más difícil entender que las pequeñas explotaciones campesinas, de trabajo familiar y que solo contaban con algunas hectáreas, pudieran superar igualmente los obstáculos para capitalizarse y convertirse en explotaciones mucho más grandes y varias decenas de veces más productivas. En este artículo abordamos la segunda cuestión en el contexto de una agricultura ganadera y de pequeños propietarios en Galicia (España) entre 1939 y el año 2000. Analizamos la motorización de la agricultura en el marco del paradigma de la modernización que atraviesa todo el siglo XX, desde antes de la Segunda Guerra Mundial, pero que solo después de ella, con la hegemonía norteamericana, se desarrolla sin contención, sin alternativa, y polarizando la forma de entender el mundo. La difusión de tractores agrícolas forma parte del centro simbólico de la gran transformación de las agriculturas en Europa a partir de 1950 con la tercera onda de la industrialización (Moser & Varley, 2013: 14). Acompañaron en Galicia a un proceso de intensificación ganadera, especialmente láctea, a partir de los años sesenta, junto con otros cambios tecnológicos, como el uso de fertilizantes, razas de ganado, electrificación y otra maquinaria como los remolques, cisternas de purín o motosegadoras. Nuestra hipótesis es que el proceso de motorización estuvo condicionado por una serie de factores complejos y profundos, que van más allá de la substitución de salarios agrícolas, la necesidad de la concentración parcelaria o el aumento de la producción por trabajador. La motorización de la agricultura, como cambio tecnológico, es un proceso que ha sido estudiado básicamente de dos formas. La tesis difusionista entendía que las tecnologías se propagaban desde un punto inicial difusor y pese a las resistencias que pudieran provocar entre el campesinado. Por otra parte, el enfoque neoclásico explicaba la difusión de tractores en relación con los precios relativos de los factores productivos disponibles en cada contexto (Ruttan & Hayami, 1989; Federico, 2005: 84). Así, en agriculturas con falta de mano de obra, pero abundancia de tierra (Estados Unidos), la difusión de tractores se realizaba antes y de manera sencilla. La tesis difusionista hace tiempo que está vencida, y la tesis neoclásica no explica cómo se difunden los tractores donde abunda la mano de obra y tampoco sobra tierra, como el caso gallego. Es cierto que en Galicia predominaban las innovaciones biológicas y genéticas, ahorradoras de tierra, desde finales del siglo XIX. Sin embargo, los tractores se difundieron igualmente a partir de los años sesenta Entre 1930 y 1980, pueden distinguirse claramente tres etapas en la historia de la agricultura peruana. La primera se extiende de 1930 a 1956, marcada por la expansión de las exportaciones agropecuarias, que superaron ampliamente a las mineras, pero en ella maduró la crisis de la sociedad oligárquica y del orden terrateniente. En esta etapa se produjo la ruptura de la relación hombre-suelo debido al creciente desfase entre el acelerado crecimiento de la población y la limitada disponibilidad de tierras agrícolas. Esto provocó la migración de millones de pobladores rurales hacia las ciudades. En la segunda mitad de la década de 1940 empezaron a formarse las barriadas que cambiarían el rostro de Lima y de las principales ciudades del país, y en pocas décadas los migrantes llegaron a constituir la mayor parte de la población urbana. Esto, por otra parte, agravó crecientemente el problema de la provisión de alimentos para las ciudades. La respuesta del Estado—importar cada vez mayor cantidad de alimentos—agravó la situación. La segunda fase se extiende de 1956 a 1968, caracterizada por el despliegue de la crisis, una gran agitación social en el campo y la generalización de las demandas por la reforma agraria. Se pueden diferenciar dos momentos en este periodo: el que se extiende entre 1956 y 1964, marcado por la más grande movilización campesina de la era republicana, bien caracterizado por el grito de los campesinos cusqueños que ocupaban las haciendas,“¡ Tierra o muerte!”, y el segundo, que comprende el estallido de las guerrillas de 1965 y su represión